Un flamenco en la montaña

El otro día fuí de excursión. Ya sabeis lo aficionada que soy a todo lo que tiene que ver con el deporte. Y si no lo sabeis os lo digo yo: no me gusta el deporte. Antes me leería la última novela de Vargas Llosa mientras me clavan astillas entre las uñas de los dedos del pie, que correría de aquí a la puerta. Y no me veis, pero estoy muy cerca de la puerta. Así que, entre que fuí de excursión y que llevo tanto tiempo sin actualizar que no recordaba ni la contraseña del blog, me he dicho: Tate, escribe sobre ésto y matas dos pájaros de un tiro, te quejas y actualizas todo en un uno. Y procedo a ello:

UN FLAMENCO EN LA MONTAÑA

o cómo perder todo el glamour en cinco sencillos pasos

Paso 1: CUSTOMIZATE COMO SI FUERAS A PEDIR PA COMER A LA PUERTA DEL MERCADONA EL DÍA DE NOCHEBUENA

Puesto que no tengo ni la más mínima afición por cualquier actividad que huela lejanamente a deporte, mi fondo de armario no cuenta con nada parecido a un pantalón de chándal (l’horreur hecho prenda textil), unas zapatillas deportivas o una sudadera. Así que me dije a mi misma: Mimisma, ¿Qué es lo más parecido que hay en el mundo a ir en modo deportivo? Y me contesté: Ir desastrao. Y cogí el pantalón vaquero más viejo que tengo, el jersey más viejo que tengo e incluso las bragas más viejas que tengo y me lo puse todo. Me miré al espejo y me di cuenta de que me faltaba algo importante: ME HICE UNA COLETA. Y ya está, una tía deportista comilfó. Me zampé un tazón de cereales, que dicen que da energía (y yo iba a necesitarla) y salí dispuesta a darlo todo. Bueno, no. Salí pensando: ¿En qué momento perdí el control de la situación y dije: yo también voy de excursión?

Aún no he sido capaz de contestarme a esa pregunta…

Paso 2: SUDA COMO UNA LOCA

Cuando llegamos al camino (al principio había camino) me di cuenta de que todo era CUESTA ARRIBA. A ver… que yo no tengo nada en contra de las cuestas p’arriba si no tengo que subirlas yo. Pero es que esta vez, yo era parte del pelotón. Miré a mis compañeros chandaleros y, no me vais a creer pero… SONREÍAN. A todo ésto, un cartel avisaba de que en la zona habían bichos con el aspecto de un mapache pelirrojo que era peligrosamente carnívoro y a los que estaba permitido matar con impunidad. Y yo había salido deportivamente ataviada pero sin mi cerbatana, maldita sea. Y aquello parecía peligroso. Pero no me quejé, todavía, y tiré para arriba mientras trazaba un plan mental por si había que reaccionar con rapidez ante el ataque de una manada de mapaches pelirrojos locos como cabras. Como todo era cuesta arriba, repito, antes de que pudiera darme cuenta y asquito estaba sudando como un obeso mórbido en una sauna estropeada.

Paso 3: PEGA EL CULO AL SUELO Y ARRÁSTRALO COMO SI NO HUBIERA UN MAÑANA

En contra de todo pronóstico, llegué bastante alto respecto al punto del que partíamos. No coroné la cima porque tampoco es plan, y porque no podía con mi alma, pero casi. Como alternativa, me senté en un claro (llámale claro, llámale pedrusco en medio de la montaña) y me comí cuatro mandarinas, una bolsita de anacardos y media tableta de chocolate con crispis. Cuando bajaron Ellos empezó el descenso. Y el descenso consistía en, debido a la ausencia de camino, bajar como las cabras por las piedras. Y cuando digo piedras quiero decir pedrolos como cabezas colocados a mala fé para hacerme perder el equilibrio. Así que opté, en algunos tramos, por pegar mi culo al suelo e ir bajando. Si ya estás en el suelo, amigos, es difícil que te caigas. A estas alturas, no es necesario que os diga que entre mi atuendo, mi sudada y el culo arrastas, mi glamour ya se había resentido notablemente… Podemos pasar pues al cuatro paso.

Me gustaría reseñar antes de abandonar este punto, que para entonces ya me había dado el dolor absurdo por el cual una rodilla me duele cuando subo y la otra me duele cuando bajo. Un drama.

Paso 4: ADÉNTRATE SIN PUDOR EN EL MARAVILLOSO MUNDO DE LA ILEGALIDAD

Por fín, llegamos abajo. Pero la alegría iba a durar poco: entre el camino y nosotros había una verja de esas como de alambres con palotes de hierro o algo así. Delante de mis ojos pasó mi vida en diapositivas y, luego, un cortometraje de autor en el que se veía todo lo que habíamos hecho desde que llegamos al cartel de los mapaches, pero marcha atrás y con el ruidito ese que hacen las pelis cuando van al revés. Me imaginaba deshaciendo camino y me daban ganas de matar, y no precisamente a los mapaches pelirrojos que nunca vimos. Pero no hizo falta:  alguien tuvo la genial idea de que después de haber bajado una montaña arrastrando el culo, lo mejor era levantar un poquito la verja, arrastrarnos un poco más por el suelo (pero esta vez el cuerpo entero) y pasar al otro lado. Es decir: allanar una morada. Y lo hicimos. No voy a dar datos de lo que vi allí dentro porque no quiero que nadie identifique el lugar y nos detengan. Y porque me consta que el dueño de tal imperio lee este blog. Y no puedo permitirme perder un lector. Solo os daré un consejo basado en mi experiencia allí: nunca, bajo ningún concepto, adorneis el puente de acceso a vuestra mansión con dos galgos de granito estilo ptolomeico de varios metros de altura. No es bonito.

Paso 5: SALTA UN VERJA, SIGUE EL CURSO DE UN ARROYO SECO, SALTA OTRA VERJA, CRUZA UN VIÑEDO Y SALTA OTRA VERJA.

No me voy a enrollar mucho con este último paso porque, a estas alturas, el glamour ya solo era un pequeño punto allá a lo lejos que apenas me recordaba que yo, alguna vez en mi vida, estuve mona y estilosa. Por eso y porque ya lo he contado todo en el título. En realidad, este paso lo pongo porque fué como para acabar de rematarlo todo: subí y baje verjas como si me fuera la vida en ello. Y realmente, yo creo que me iba en ello. No olvidemos que estabamos abandonando la propiedad que habíamos invadido ilegalmente. Para entonces yo ya tenía una pinta que más que penica daba asquico. Estoy segura de que si en ese momento un gigante verde me hubiese cogido así como por lo hombros y me hubiese depositado en medio de la Gran Vía, en menos de cerocoma sería la mejor amiga de los hermanos heavies y llamaría por su propio nombre en luegar de por su apodo a todos los traficantes a pequeña escala del barrio de Malasaña.

Objetivo conseguido: todo mi glamour a tomar por saco en menos de cinco horas y media.

 

Y esto es todo, amigos. Si alguna vez necesitais dejar de ser estilosos, este manual es para vosotros. Con amor.

p.d. Voy a intentar que no pase tanto tiempo entre esta actualización y la próxima. De verdad. Lo voy a intentar… Pero no prometo nada. Yo lo intento y si no… pues no pasa nada. ¿vale?

 

 

 

5 respuestas to “Un flamenco en la montaña”

  1. Carabiru Says:

    Mari, primero he llorado de la emoción, luego me he secado las lágrimas, he hipado un par de veces, he sorbido los mocos, y por último, me he puesto a leer.
    Lo he leído todo de pé a pá, y luego he llorado otra vez, sólo que ésta, no tengo claro exactamente por qué, pero tengo una teoría:
    He llorado por dos causas:
    Causa 1.- De la pena de saber que por unas horas, un terrible día de diciembre, dejaste de ser esa chica que siempre va monísima, para pasar a ser una zarrapastrosa allanamoradas cualquiera.
    Causa 2.- De la risa, porque chica, si pienso que no eras tú la subemontañas allanamoradas, la historia tiene todos los ingredientes necesarios para ser una comedia que arrase en la cartelera cualquier verano de éstos.

    Y no nos hagas esperar tanto para la próxima, bandida.

  2. Reivindicando el chandal Says:

    Aleluya, hermanos, aleluyaaaaaa!!!!
    El chándal no es mala prenda, lo que pasa es que tiene mala prensa. Te imaginas a la Pantoja «arreglá pero informal», es decir, con su chándal, su poncho con flecos de visón y sus tacones y claro…
    Tengo una duda, ¿los mapaches rojos no serán estos?:

    Porque entonces invadisteis una propiedad privada llamada zoo.

  3. Dubi du Says:

    Queremos fotos de ese día!!!!!!

  4. Loquemeahorro Says:

    ¡Oh, cuán reflejada me siento! Durante una breve época de mi vida, iba a la montaña, con la idea de ir a mi bola, a andar tranquilamente por esos bonicos bosques que uno ve en imágenes trucadas que ponen en La 2.

    Lo malo no era ni la ropa, ni el frío, ni siquiera las piedras, eran los integristas de «la montaña», que te intentaban catequizar sobre «la montaña» con frases como

    – Tienes que ir más deprisa porque así es como se va «en la montaña»
    (y si vas a un paso difrente la montaña se transforma en una calabaza, no te jode)

    Bueno, las cuestas abajo, sí, esas son odiosas por naturaleza.

  5. Victoria Says:

    Yo intento llevar chandal siempre que puedo. En casa lo llevo a todas horas excepto cuando duermo y cuando me ducho, que no llevo nada.
    Es lo más cómodo que hay. Y la coleta es mi peinado siempre. Algunas veces hasta para dormir. En la ducha no, ahí llevo un recogido italiano que queda muy aparente.

    En lo de saltar verjas y allanar propiedades no, ahí no tengo ni idea. Ni de montañas, que sólo las he visto en la tele o en foto. Algún día tengo que ir… Pero leyendo esto se me quitan las ganas.

Replica a Victoria Cancelar la respuesta